El legado botánico.

Dedicamos media vida a formar una buena colección de cactus, buscamos el ejemplar que falta en los confines del mundo y no escatimamos desvelos para que siempre tengan un aspecto impecable. En definitiva, terminan siendo una parte importante de nuestra vida, pero ¿y cuando ya no estemos?

Es evidente que nadie dura para siempre, con el inevitable paso del tiempo dejamos de tener capacidad de cuidar de nuestras queridas plantas o incluso morimos. Curiosamente casi nadie se plantea qué destino quiere para sus plantas cuando cualquiera de esas dos cosas ocurra.

Frecuentemente las plantas sufren daños irreparables en pocas semanas después de  la falta de su cuidador. La familia no sabe o no está interesada en seguir manteniendo algo que sin duda es muy trabajoso y requiere conocimientos.

Es una pena que una obra tan admirable como es crear un jardín de cactus, indefectiblemente quede reducida a cenizas cuando su dueño y cuidador falta. Pero este destino fatal no es ni mucho menos inevitable. Es solo cuestión de ser algo previsores y dejar instrucciones precisas para cuando sean necesarias.

¿Qué alternativas hay?

  • Vender la colección en vida, o dejar encargada su venta a los herederos. Parece un triste final, pero siendo realistas, si no dejamos un sucesor que pueda mantener nuestras plantas no tiene ningún sentido dejarlas morir poco a poco. Mejor hacer circular las plantas entre personas que esperamos que puedan apreciarlas.
  • Donarla a amigos o instituciones botánicas. En este caso, y sobre todo si la donación es por falta de facultades físicas del dueño, sería bonito que la transición fuese gradual, que la persona o institución que se haga cargo asuma poco a poco el mantenimiento de las plantas. Por otra parte no estaría de más dejar constancia escrita de las condiciones de cesión, especialmente especificar claramente quien será el responsable técnico de la colección, si las plantas pueden ser vendidas por el receptor…
  • Acogerse a una asociación que pueda ayudarnos a  mantener nuestras plantas cuando las facultades nos falten y dado el caso hacerse cargo de las plantas cuando faltemos.
  • Tratar de conseguir un sucesor. Enseñar a amar a las plantas a nuestros hijos, sobrinos, vecinos…   es posible, aunque no seguro, que alguno se enganche realmente a las plantas y nos acompañe en nuestra afición.

Sea cual sea nuestra situación, lo único claro es que hay que organizar estos asuntos con tiempo. Ninguna de estas opciones se improvisa y la falta de planificación conduce inevitablemente al fracaso.

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